
Los
que experimentan una crisis dirán que
son desafortunados; quienes experimentan el éxito
dirán que la buena suerte o una buena estrella los guía. Por otro lado, algunos
podrían decir a secas: “En esta vida, o te va bien o te va mal”. Otros,
tratando de sonar espirituales, como los amigos de Job, dirían que si en la
vida todo sale bien [éxito] es obra
de Dios, pero que si las cosas andan mal [crisis]
es obra del diablo. Estas diferentes maneras de percibir y definir la crisis y el éxito representan opiniones extremistas y exageradas, muy de moda
en estos días.
Afortunadamente, cuando buscamos una explicación bíblica acerca de estos
términos [crisis y éxito] encontramos que las Escrituras
proveen una orientación balanceada, saludable y realista sobre este tema. La
Biblia no niega ni oculta la crisis,
pero tampoco aisla ni desconoce la experiencia del éxito.
En
cierta ocasión, en una de sus hermosas canciones, el rey David dijo: “Muchos
son los males [crisis] del justo,
pero de todos ellos lo librará [éxito]
el Señor” (Salmo 34:19 RVA 2015, énfasis añadido). Y también, en una de sus
muchas enseñanzas, Jesús dijo: “En el mundo tendrán aflicción [crisis], pero ¡tengan valor [éxito]; yo he vencido al mundo!” (Juan
16:33 RVA 2015, énfasis añadido).
Hay algo muy
importante que debemos tener claro, y es que nadie
pide que venga la crisis; esta
simplemente llega. Sin embargo, aun cuando la crisis llegue sin aviso previo, la vida tiene que continuar. Una
etapa de la vida se acabó y necesitamos embarcarnos en la siguiente. Nuestra
única alternativa es seguir adelante.
Algunas veces, los cambios en la vida se presentan positivos [éxito] como: la graduación de la
universidad, el comienzo de una nueva carrera, escoger con quién casarse,
decidir qué oferta de trabajo aceptar o dónde vivir. En otras ocasiones, sin
embargo, los cambios parecen opresivamente negativos [crisis] como: adaptarse a la pérdida del empleo, la repentina
muerte de un familiar cercano, la posibilidad de perder el empleo, la
transición hacia la jubilación, un ajuste hacia la paternidad, no saber cómo
manejar una reciente viudez, o una precaria situación económica.
Todos estos escenarios que se han mencionado son externos. Pero,
¿qué de las crisis internas
escondidas en nuestra vida? Quizá se trata de renunciar a un hábito perjudicial
o alejarnos de una área de pecado que hemos llegado a reconocer nos está
destruyendo.
Estos cambios y transiciones en la vida —no importa cómo ni cuándo
llegaron— generan algún tipo de crisis
y demandan que hagamos algo al respecto. Sencillamente no podemos sentarnos de
brazos cruzados y ver qué pasa. Más bien, deberíamos preguntarnos: ¿Cómo voy a
superar esta crisis? ¿Cuáles serán
los resultados? ¿Dónde debo buscar ayuda? ¿De qué manera manejaré las decisiones?
¿Me dejaré arrastrar por el desánimo? ¿Escaparé hacia la negación y la
autoculpa?
Transitemos por los tiempos de crisis
de tal manera que podamos llegar a conocer mejor a Dios. Busquemos y
experimentemos su presencia poderosa y el consuelo de su Palabra. Mantengámonos
enfocados, con esperanza y suficiente fe, para seguir confiando en nuestro
Dios, el único capaz de convertir una crisis
en éxito.
Una palabra final: El rey David experimentó el secreto para transformar
las crisis en oportunidades para el éxito (Salmo 23). Con toda seguridad si
aplicamos sus enseñanzas, estas nos ayudarán también a nosotros hoy.
David Fajardo
Conexiones Mundo Hispano
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